miércoles, 30 de julio de 2014

- Te deseo, que imagines -

Esos pequeños que piloteaban aviones  de guerra que disparaban grandes bombas de almohadones.

O los jinetes, galopando a contra sol en sus corceles de silla, rápidos cómo el viento.

Y esos deportistas, campeones del mundo entero. Rodeados de gloria, alzando esa copa hecha de botellas; brillante como oro y plata.

También estaban esos músicos, dando el mejor show del planeta.

Noche, luces parpadeantes, estadio repleto. Y las guitarras de escoba junto a la batería de cajas de zapatos que hacía rugir a la multitud.

Y en medio del bombardeo, mientras los jinetes escapaban llevando en alto la copa del mundo y tratando de llegar a tiempo al recital; en ese mismo momento la voz del estadio anuncia cruelmente el final:

-“¡Chicos, es hora de dormir, enseguida!”.

La realidad es que, es todo por hoy. Es tiempo de apagar la luz.

Donde antes un sol calentaba el desierto, ahora hay una gran oscuridad.

Qué triste es la hora de dormir, ¿no?


NO MATEMOS LO ÚNICO QUE NOS DIFERENCIA DE LOS ADULTOS, NO MATEMOS NUESTRA IMAGINACIÓN.

Qué nunca te llegue la hora de dormir.


- Vuela -

Vivió una vez, hace algún tiempo, un hombrecito que soñaba con volar.

Él no hablaba alas de ángel, ni renacer cómo un pájaro, ni tener super-poderes; nada de eso. Su sueño era volar, cómo sea... volar.

Vivía a pocas cuadras de mi casa, nos veíamos seguido por las mañanas y algunas veces en la tarde, nunca hablamos demasiado distendido sobre la vida de cada uno, pero aunque no lo conocieras de toda tu vida, o siquiera de parte de ella; era de saber popular y del pueblo completo su amor por volar.

No recuerdo exactamente cómo fue que se dio que coincidimos un descanso bajo un árbol en un verano fuerte, donde hasta las flores transpiran y respiran agitado. Pero nos compartimos una sombra de un gran árbol y con un simple saludo asintiendo con la cabeza nos dijimos “Hola”.

Pasó cerca de 40 minutos cuando me cansé del silencio y con una típica mueca conversacional acorde a la estación dije: “¡Pucha, calor eh?!”.

El miró devolviendo mi mueca y haciendo varios “Si” con la cabeza y con una media sonrisa, cómo sociabilizando desde el silencio. Pero rompiendo su propio silencio me dijo:

-          “Apuesto que allá no debe hacer tanto frío”. Con los ojos elevados al cielo.
-          “Cierto que te amas volar”, dije cómo queriendo cambiar el eje de la conversación. En verano uno se cansa más hablando de calor que en verdad sufriéndolo.
-          “Y, es un anhelo de libertad, pero va más allá de eso”.
En ese momento el sentido de la libertad al volar me pareció lógico. Uno siempre compara la libertad con el vuelo de las aves y esas cosas.

-          “Quiero que sepas”- me continuó diciendo- “qué la libertad va más allá de ver a un ave mover sus alas y suspenderse en el aire. Implica rechazar ataduras que nosotros mismo le hemos creado, y en donde las exhibimos. Significa también que gracias a su propio esfuerzo logra su cometido, volar. Ir, venir, quedarse o irse. ¿Me comprendes?”.

Estaba medio embobado por la búsqueda de hacer sus palabras mis propias palabras y además de comprender, sentir lo que él me estaba diciendo.  Por un momento lo logré, y para salir rápido del silencio, asentí con la cabeza y miraba el suelo pero sin punto fijo.

-          “No te preocupes, es difícil entenderlo a la primera vez, pero con el tiempo vas a ver qué estás muy atado al suelo, y que por más que te sientas libre, no lo eres del todo. La clave es, amigo mío, LEVANTAR LA CABEZA”.

Volví a salir de ese estado catatónico con un poco de vergüenza, era evidente que por más que quería convencerlo de que estaba en sintonía con él, mi vista seguía en el suelo y quizá, es hacia donde apuntan los ojos en donde verdaderamente está la meta en nosotros.

Si te la pasas mirando al suelo, no podrás entender que hay de importante en el cielo, y que el animal más libre del planeta siempre sale en su búsqueda.

Me dijo “Chau” y me dejó la sombra sola para mí. Eché una miradita tímida y de reojo hacia el cielo, y sentí como si mi cabeza saliera de una jaula. No saben cómo sueño todos los días con volar.

Al hombrecito no lo he visto más hace un tiempo, la gente del pueblo con su lenguaje particular siempre dice: “Se habrá volado por ahí”.

Le queda de diez.


- Monstruo y yo -

Siempre me pasa que cuando apago la luz antes de dormir me queda ese destello en los ojos y que al instante mi imaginación lo transforma en una sombra, es más, hasta le hace forma humana y con movimiento, como si fuera a estrangularme el cogote.

Encima, tiene ese efecto de detección de movimiento, sabe cuando desvío el globo ocular, o si muevo la cabeza e insiste en aparecerse en esa pose asesina y tenebrosa.

Yo, a mi imaginación lumínica nocturna, le puse de nombre "Monstruo", porque me hace acordar que fue una de las primeras cosas a las que le tuve miedo de chico cuando veía monstruos en la TV y mi mamá me retaba porque me iba a dar pesadillas, si que me las daba... y las sostengo hoy día.

Todo se diluye cuando los ojos se adaptan a la oscuridad y ya no ves las sombras, ni te da miedo esa soledad de color negro y silenciosa por la hora estipulada para dormir, se ve que todos elegimos casi la misma hora. Y en el aburrimiento de la situación que se acaba de esclarecer, del crimen que ya se resolvió, del asesino que no me mató; me enfrento a la terrible realidad de que no hay sombra, no me van a estrangular y que no existe Monstruo y lo peor, que ya no soy chiquito cómo para tener pesadillas con él.

Ahí es cuando me quedo sólo y en silencio, sin nada que pensar, sin nada que imaginar. Entonces me doy cuenta, que en definitiva no le tengo tanto miedo a Monstruo, o a la oscuridad... más miedo le tengo a la REALIDAD.-