Vivió una vez, hace algún tiempo, un hombrecito que soñaba con volar.
Él no hablaba alas de ángel, ni renacer cómo un pájaro, ni tener super-poderes; nada de eso. Su sueño era volar, cómo sea... volar.
Vivía a pocas cuadras de mi casa, nos veíamos seguido por las mañanas y algunas veces en la tarde, nunca hablamos demasiado distendido sobre la vida de cada uno, pero aunque no lo conocieras de toda tu vida, o siquiera de parte de ella; era de saber popular y del pueblo completo su amor por volar.
No recuerdo exactamente cómo fue que se dio que coincidimos un descanso bajo un árbol en un verano fuerte, donde hasta las flores transpiran y respiran agitado. Pero nos compartimos una sombra de un gran árbol y con un simple saludo asintiendo con la cabeza nos dijimos “Hola”.
Pasó cerca de 40 minutos cuando me cansé del silencio y con una típica mueca conversacional acorde a la estación dije: “¡Pucha, calor eh?!”.
El miró devolviendo mi mueca y haciendo varios “Si” con la cabeza y con una media sonrisa, cómo sociabilizando desde el silencio. Pero rompiendo su propio silencio me dijo:
- “Apuesto que allá no debe hacer tanto frío”. Con los ojos elevados al cielo.
- “Cierto que te amas volar”, dije cómo queriendo cambiar el eje de la conversación. En verano uno se cansa más hablando de calor que en verdad sufriéndolo.
- “Y, es un anhelo de libertad, pero va más allá de eso”.
En ese momento el sentido de la libertad al volar me pareció lógico. Uno siempre compara la libertad con el vuelo de las aves y esas cosas.
- “Quiero que sepas”- me continuó diciendo- “qué la libertad va más allá de ver a un ave mover sus alas y suspenderse en el aire. Implica rechazar ataduras que nosotros mismo le hemos creado, y en donde las exhibimos. Significa también que gracias a su propio esfuerzo logra su cometido, volar. Ir, venir, quedarse o irse. ¿Me comprendes?”.
Estaba medio embobado por la búsqueda de hacer sus palabras mis propias palabras y además de comprender, sentir lo que él me estaba diciendo. Por un momento lo logré, y para salir rápido del silencio, asentí con la cabeza y miraba el suelo pero sin punto fijo.
- “No te preocupes, es difícil entenderlo a la primera vez, pero con el tiempo vas a ver qué estás muy atado al suelo, y que por más que te sientas libre, no lo eres del todo. La clave es, amigo mío, LEVANTAR LA CABEZA”.
Volví a salir de ese estado catatónico con un poco de vergüenza, era evidente que por más que quería convencerlo de que estaba en sintonía con él, mi vista seguía en el suelo y quizá, es hacia donde apuntan los ojos en donde verdaderamente está la meta en nosotros.
Si te la pasas mirando al suelo, no podrás entender que hay de importante en el cielo, y que el animal más libre del planeta siempre sale en su búsqueda.
Me dijo “Chau” y me dejó la sombra sola para mí. Eché una miradita tímida y de reojo hacia el cielo, y sentí como si mi cabeza saliera de una jaula. No saben cómo sueño todos los días con volar.
Al hombrecito no lo he visto más hace un tiempo, la gente del pueblo con su lenguaje particular siempre dice: “Se habrá volado por ahí”.
Le queda de diez.