miércoles, 17 de septiembre de 2014

- De las vidas que he vivido -

Si en la vida, el creador de la sabiduría no hubiese optado por introducir sus conocimientos en lo cotidiano, en las cosas que uno ve, escucha y realiza diariamente; estoy seguro que hubiera elegido a ciertos maestros que lo dicten en clases de 2 hrs. diarias, descanso solo de domingos, ya que es el día más aburrido y "quasi" sin sentido.

Ya que las experiencias cotidianas si existen, para los más despistados y abandonados de astucia colectiva, Dios creó su propia linea de tutores, guias y vigías; y esta es mi historia...

Una mañana llamé a Dios y la línea estaba ocupada, la máquina de derivados me asignó a un tutor que se encontraba de paso frente a los teléfonos.

Bendito y pobre maestro suertudo de tenerme, a un tan poco dotado de intelecto; él, tan hábil de palabra y escritura, maestro en el arte de dibujar cuadrados perfectos en papel, lo conocí con una bufanda celeste, a pesar del calor, en conmemoración a algún club capitalino de fútbol.
Recuerdo que puso su mano en mi espalda y me llevó a caminar, sin saber bien hacia donde, empezamos este viaje.

Luego de varias horas en silencio y caminata, comenzó a hablarme y sin indagar tanto en mis intereses personales o el motivo por el cual yo estaba necesitado de un tutor, se entretuvo hablando de boleros y chacareras, de tierras recorridas y de caminos poco transitados que él mismo había nombrado para recordarle con eufemismos los paisajes que guardaba en su memoria.

Sacó de un bolsillo una guitarra y una copa de vino y poniéndolos frente a mi dijo: "Estos son los elementos de la sabiduría".

Yo un poco confundido contesté: "Yo no bebo, y tampoco sé tocar".

"Eso no importa", insistió, "aprender se aprende en el camino, pero no se puede aprender, sin comenzar a conocer, toma nota".

Así fueron sus conversaciones, palabras que dificilmente una mente cómo la mía fuese a entablar o a conjugar, pero sin darnos cuenta llevábamos recorridos unos 6753 kilómetros y compartiendo las historias; mitad él, mitad yo. Tenía mi cabeza, mi alma y mi corazón inflados de tantas experiencias compartidas y recibidas; de tanta sabiduría y sólo con conocer.

Cuando estaba por irse este personaje sin nombre me pidió que lo llame cuando lo necesite, pero sólo el día que ya sea un SABIO.

"¿Cómo voy a saber que ya soy sabio?"- pregunté con miedo. Y él contestó: "El día que tengas que tengas que contestar a la pasada algún teléfono".

Y así fue cuando mi turno llegó, realicé mi caminata hablando del vino y las guitarras. Y así fue también como volví a verlo, en su bar preferido, con su bufanda celeste; me senté con mi bufanda roja y blanca; tomábamos café y dibujabamos cuadrados perfectos en las servilletas. Nos interrumpían únicamente los teléfonos más urgentes y al pasar...

Él continua enseñándoles a caminar los jóvenes. Yo me dedico a contarles cuentos a los más grandes.

Para mi, él fue un tutor... y yo a veces lo llamo "padre".
Él ya no me ve como a un hijo, sino como a un socio en este negocio...

... el de repartir SABIDURÍA.