jueves, 24 de diciembre de 2015

- Con aroma a fiesta... a tiempo.


Siguen estando ahí las viejas fotos de mi hermana y de mi, que inmortalizan un tiempo que pareciera que en la casa de mis abuelos siempre han querido recordar.

Aún se dejan ver las marcas que nuestras bicis dejaban en los muebles; yo aún veo las marcas que me han dejado a mi esos momentos.

A uno le caen más fichas en la canasta de la eternidad cerca de estas épocas festivas.

Los sabores, los olores, los recuerdos, las anécdotas; la inmortalidad.

A mi abuelo no le gustaba que se saquen de la mesa los vasos cuando él aún estaba sentado. "Nene, yo todavía tengo sed", me decía. Hoy en particular apenas llegó a la mesa me pidió que retire uno, él contó y le parece que está sobrando. No lo está, o si, pero a propósito, o quizás no, quizás fue sin darme cuenta. Asumo que fui yo.

Uno recuerda, cuando niño, recorriendo con los ojos la punta de la mesa estaban sentados los más viejos, cubriendo los laterales se sentaban los más grandes que también completaban el centro de la mesa y bien en el fondo, los niños. Bien cerca los niños de la vieja TV, que se veía medio fiero pero era para entretenernos de las charlas de los grandes. "Pero que no se entretengan mucho, que sino no comen", nos decían.

De esas charlas adultas se recuerdan los comentarios de tiempos pasados, de parientes que ya no estaban, de comidas milenarias y abundantes, de situaciones graciosas, de algunas catástrofes.

El tiempo va y viene entre pasajes antiguos y actualidades. Entre sueños despiertos y la realidad. Entre la felicidad ingenua y la actual extrañes.

Se ven un poco oscuros los rincones donde solía jugar. No tienen tantos colores los paisajes que solía espiar. Ya no es tan grande la estrella que decora el árbol. Se sienten más fuerte hoy en día los abrazos a la medianoche, y hasta tienen un sabor a otro significado.

Hoy me encuentro sentado en el mismo fondo de la mesa, pero hoy también me encuentro a mi mismo hablando de recuerdos, de parientes, de comidas, de gracias, de catástrofes.

Hoy en esa cocina no había olor a comida, había olor a memorias.

De chico celebraba FIESTAS. De grande... celebro TIEMPOS.


sábado, 5 de diciembre de 2015

- Los Hombres sensibles de Viena


Muy pocos son los que han podido encontrarse por las noches, e identificar, a uno de los Hombres sensibles de Viena. Más que nada porque los originales sobrevivientes y oriundos de esta ciudad Austriaca por estas épocas debieran estar cumpliendo 180~190 años y no andan, o andarían, divagando por los callejones de la melancolía, esto puede haber confundido a las masas de Hombres sensibles de la actualidad hasta hacerlos pensar que no era así cómo operaban anteriormente, lo cual se equivocan.

Cuentan que en la mencionada Viena, allá por los años 1810~1820, los Hombres sensibles comenzaron a frecuentar las calles de la ciudad casi sin procedencia alguna. Llegados con sus libros de poesía, arreglos florales con tarjetas dedicatorias vacías o con frases predefinidas pero sin destinatario fijo, traían consigo los instrumentos afinados para interpretar las más dulces melodías, y por ahí se veía algunos con altas dotaciones de chocolates Suizos.

Ya establecidos y con su reputación ganada, estos Hombres sensibles utilizaban sus dotes del arte del corazón para enamorar señoritas despechadas por amores fallidos y así, devolverlas al camino del amor libre; algunos se escondían en las plazas, detrás de los bancos poco iluminados donde los adolescentes se refugiaban para tratar de dar su primer beso, y allí escondidos eran los encargados de generar el momento propicio y arbitrar que el empujón hacia el beso llegara en el momento preciso; varios se los veía dando serenatas bajo los balcones para ayudar a los maridos que se olvidaban de cumpleaños o aniversarios.

Por lo general se los veía por las noche, vestidos con capuchas negras y antifaces rojos. Durante el día difícilmente podrías toparte con uno, salvo que estuviese escapando por los tejados de las casas de las señoritas enamoradas que visitaban a veces. Vivían en la comunidad, equilibrando la balanza en una sociedad tosca.

En tiempos oscuros, Viena sufrió una disputa de poderes por el control de los callejones de la melancolía. Callejón que frecuentaban todos los grupos mitológicos, entre ellos los Hombres sensibles de Viena, para contar historias, para engendrar planes, para reagruparse y hasta para esconderse.

Esta disputa de poder generó una guerra civil con muertes y persecuciones que luego logró extenderse por las regiones aledañas en consecuencia de que los grupos buscaban refugio o extenderse hacia las ciudades cercanas.

Está visto que las guerras vuelven más fuertes a los fuertes; y vuelve más sensibles a los sensibles.

Motivados por una gran melancolía y una terrible tristeza, los Hombres sensibles de Viena abandonaron sus trajes de noche y escaparon a esconderse por todo el mundo, creando entre los que podían, grupos secretos que pudieran intentar continuar con esta noble tarea, eso si, lo más imperceptible y anónima posible.

No hay muchas personas que hayan querido o podido estudiar a los Hombres sensibles de Viena, se conocen las leyendas por descubrimientos en las canciones de amor y en los poemas, pero la historia no los nombra mucho pues se cree que no han existido, o que si, pero que han muerto todos y descubrir que la sensibilidad se ha ido del mundo, sería fatal.

A falta de pruebas de su existencia o su identidad, se recomienda caminar con cautela por las plazas, por debajo de balcones o cerca de florerías. Si usted sospecha que alguien que conoce o alguien que ve por la calle de noche pertenece a este grupo de Hombres sensibles modernos, se le ruega que lo deje seguir su camino. Es probable que se dirija a cantar una serenata, a recitar algún poema para los jóvenes enamorados o esté intentando salvar a algún olvidadizo, o simplemente esté predicando el arte de la dulzura a un tosco que esté intentando ganar el amor de una muchacha.


Muchos de los que hacemos sentimentalismo principiante, deseamos que estos maestros de las artes del corazón vuelvan, que abandonen el anonimato.

Se los necesita en las calles, donde parece que todo el tiempo hay guerra.