jueves, 21 de agosto de 2014

- La estatua del anciano -

Sé contar una historia -y quizás sea la única que logro contar bien- y más que nada la logro contar con exactitud porque en parte fui partícipe de ella, y algunos detalles los puedo refinar, y algunos reinventar.

Tuve el agrado de vivir unos años en una pequeña, pero no por eso modesta ciudad, en la cual se notaba haber sido fundada bajo los viejos estandartes del dibujo poblacional. 

Me refiero más claramente a una gran plaza central bien arbolada, los edificios que la rodeaban eran los típicos que me había podido encontrar en poblaciones más pequeñas que debía cruzar cada vez que llegaba a la ciudad o al partir de visita hacia otra; hablo de colegios, una gran iglesia, un ayuntamiento político, farmacias y bares con sus puertas de madera grandes y antiguas; todo parecía colonial, pero con el distintivo toque de una ciudad que no había perdido tiempo en añorar tiempos pasados y había seguido adelante.

Resulta - pues- que a esta mencionada ciudad a la cual caí de rebote, tuvo su época donde el vandalismo se había apoderado casi por completo y sin impunidad de las calles, pero más que nada, del arte, de los edificios, de lo natural y de lo material. Pero no de un estilo delincuente donde uno debía temer al robo, sino más bien un caso donde la expresión protestante-militante de alguna faceta de la población - yo creo que juvenil y desvariada - era la causante y artífice material de los hechos.

Puedo recordar con exactitud que no había pared libre de grafitis, o vidrieras de negocios, o esculturas decoradas con detalles físicos que nunca fueron originarios de los homenajeados -lease anteojos, bigotes, barba de chivo, etcéteras- seguramente ellos lo veían cómo una decoración revelde, para mi era que realmente no entendían un pomo de respeto por figuras históricas, y mucho menos de "revolucionismos".

En fin, un día, cuando vagaba normalmente por las calles, decidí hacer un corte perezoso por la plaza para llegar más rápido hacia la esquina opuesta y de pasada vi algo que es lo que le da el sentido a este largo relato.

Me encontré cara a cara con una estatua, una estatua completamente sin identidad de placa conmemorativa, que debo aclarar que según los pueble-ciudadanos fue retirada para restauración y el herrero olvidadizo nunca la retorno y queda en esos "asuntos pendientes" que a todos se nos pasa por alto; en definitiva no se podía identificar al homenajeado, solamente se podía admirar su escultura y era la de un hombre, anciano, con sombrero, sentado y observando con alegría. ¿Qué observaba?, nadie lo sabía.

Lo que uno debía rescatar con mayor exalto y que describiré con grandes letras, era que la estatua NO HABÍA SIDO VÍCTIMA DEL VANDALISMO. No es que la estatua pasara de ser percibida, pues la misma yacía postrada en el medio de la plaza central de la ciudad, bien iluminada, e inmaculada de limpieza, quizá un poco aturdida por los años, pero se veía viva entre tanto dibujo de aerosol que torturaba a las demás estatuas.

Esa percepción de la imagen del anciano despertó algo en mi pensar, algo que llevó al siguiente acto de estupidez y que lo confieso ahora que ya no vivo en dicha ciudad, pues nunca confesé antes haber sido yo el causante del- aunque heroico- pero en fin revuelo que voy a contarles.

Una noche, mientras por las calles sólo se paseaban algunos pocos noctámbulos, algún que otro policía y quizá algún perro callejero disfrutando de la quietud, en medio de la oscuridad yo me dediqué a quitarle a todos los asilos de ancianos las puertas.

Así sin preámbulos confieso mi pecado, porque fue maravilloso el ver a la mañana siguiente a todos los ancianos escapar de los recintos y recorrer la ciudad y encontrarse cara a cara con algunos de los bandidos y con un gesto amable quitarles los aerosoles de las manos y cambiarlos por cepillos y todos juntos dedicarse a limpiar la ciudad donde todos vivían.

Lo que se movió en mi, y que expreso en estas palabras fue ese sentido de vivir un acto de un sentimiento, una especie de virtud de renacimiento sensorial al cual algunos solían llamarlo RESPETO, y eso fue lo que demostró la estatua del anciano, el RESPETO por esa imagen, una imagen que significa pasado pero que sabe a buen futuro.

No me permitirá el destino mentirles, pues está en ustedes creer si fue verdad o no. Yo sólo les digo que ando suelto y que sigo viendo vandalismo en las ciudades y lo más aterrador, sigo viendo asilos de ancianos con puertas cerradas. 

¡ Dejen salir al conocimiento y al respeto ! Hay que limpiar algunas ciudades.