sábado, 22 de agosto de 2015

- Extraños en un tren -


Juan toma el tren de las 19 en la calle Leopoldo Lugones, va hasta la estación 36.
Lucia toma el tren de las 19.45 en la estación 33, va hacia la 40.

Juan se sienta en un vagón vacío, pensando en sus obligaciones, queda catatónico, en estado de OFF.
Lucia sube hablando por teléfono con su novio, están discutiendo; se sienta apurada y desesperada, frente a Juan.

Juan no sale de su estado; está sentado frente a Lucia.
Lucia habla y expresa sus sentimientos a un teléfono, habla y habla sin lograr que del otro lado algo la pueda calmar.

Juan no sale completamente de su estado, pero ahora tiene los ojos puestos en la escena "Lucia".
Lucia corta el teléfono después de mucho hablar. Está desconsolada, ve a Juan, le pide disculpas y comienza a recitar lo sucedido.

Juan se mantiene catatónico, queda sólo una estación antes de la suya.
Lucia no ve la hora de llegar a casa. Ya no habla con Juan, pero continúa llorando.

Juan llega a su destino, se levanta y antes de retirarse Lucía le dice "Gracias por escuchar". Juan no entiende pero ve sus lágrimas, le entrega un pañuelo y se baja del tren sin decir palabra.
Lucía casi ya no llora, siente que se ha desahogado.

Ella sin darse cuenta estaba hablando, él sin darse cuenta estaba escuchando.

Todos tenemos una historia que contar. Todos tenemos una historia que escuchar.


- El libro de Ana -


Ana amanecía con las primeras luces que entraban por la ventana de su habitación. A su edad, con sus años vividos, no había obligaciones por las cuales apurarse al salir de la cama, aún así, su itinerario comenzaba desde temprano.

Ana tomaba su té, sus tostadas y sus mermeladas. El desayuno era fundamental y casi sistemático, tanto que debía ser servido en el porche saliente hacia su gran patio cómo era de costumbre, un bello jardín repleto de colores, de vida, de luz. Ana toma un foto mental del momento.

Ana regresa hacia la casa y toma sus tijeras de jardín, un balde de metal, guantes, botas y un sombrero; los soles tropicales no perdonan a las cabelleras que tienen un contacto prolongado con su vaivén, mucho más si aquellos cabellos son blancos cómo el jazmín. Ana toma una foto mental del momento.

Ana recoge en su balde de metal varias flores de su bello jardín, no están secas, no irán en jarrones. Ana las cataloga sobre su mesa de desayuno y se dispone a pegarlas en un antiguo, pesado y enorme libro.

Ana escribe recuerdos sobre esas flores, que bellos aromas. Ana escribe sobre su día; Ana escribe su tarde; Ana lo lee de noche y descansa.

Los días son así para Ana, le ha puesto un nombre particular a su libro, que representa aquello que Ana ha buscado día tras día en sus mañanas, por la tarde en su jardín. 

Ana llama a su libro "Aromas del pasado".


sábado, 8 de agosto de 2015

- Aquellas cosas...

Una tarde, en un parque, se encuentran un joven y un anciano cara a cara frente a la última banca disponible.
Los dos encuentran espacio suficiente y se sientan dejando entre sí una distancia digna de la timidez.
Ya habiendo pasado un rato, ambos se dejan llevar con la vista al frente y a los dos les llama la atención una pareja joven que parecían estar en la primavera plena de su relación.
Sostienen fija la mirada y casi instantáneamente los dos ocupantes de la última banca del parque entran en uno de esos estados de trance y pensamiento.
El joven, sonríe. El anciano, llora.

Una situación cualquiera los hace salir a ambos de aquel estado mental y se descubren el uno al otro compartiendo la mirada hacia la pareja, que al momento de volver a divisarlos los dos enamorados ya se han ido.
Regresan a verse las caras, esbozando aquellos vestigios de la reacción que la situación les dejó a cada uno.
La sonrisa del joven se convierte en duda al ver la tristeza en el anciano. Este último se levanta lentamente y amaga a irse, pero antes de seguir su camino voltea hacia el joven y con el último retazo de lamento le dice: "Son aquellas cosas que no se recuperan".